miércoles, 7 de septiembre de 2011

Magnicidios y verdad

Los magnicidios son tan antiguos como la humanidad. El de Abel por Caín es probablemente el primero pero sería imposible recopilar la influencia que han tenido los asesinatos políticos en la historia. Sin la muerte de César probablemente no hubiera existido el imperio romano. El asesinato del Duque de Guise es un hecho trascendental en la consolidación de Francia. La muerte de Lincoln marcó el proceso político estadounidense y postergó el inevitable avance hacia la integración social. El asesinato del Archiduque Francisco Fernando dio inicio a la Primera Guerra Mundial y a la explosión de los nacionalismos. El de Kennedy ha dado lugar a la mayor cantidad de especulaciones sobre las razones y los autores del crimen que conmovió al mundo. En Colombia los magnicidios de Uribe Uribe, Gaitán, Galán y Alvaro Gómez han marcado la historia con sellos indelebles.

Una de las características más comunes de los magnicidios es que son siempre interpretados de forma política. Por la naturaleza de la víctima, siempre una figura política de primer orden, proliferan las versiones sobre los autores y las causas que llevaron a estos crímenes. En ocasiones el crimen es para evitar que algo suceda. En otras se trata de precipitar los eventos. En algunos escenarios lo importante es el autor del hecho; en otros lo importante es la simbología.

Pero sea cual sea el caso, el magnicidio es siempre un hecho traumático en la historia. En el caso de Colombia, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán es un excelente ejemplo de los peligros que tiene para la historia no aclarar los autores y las causas que lo produjeron. Para algunos, incluida la comisión internacional encargada de la investigación, Gaitán fue asesinado por un solitario de nombre Juan Roa Sierra. El gobierno conservador señaló a la internacional comunista como autora del asesinato con el propósito de sabotear la Conferencia Panamericana en la que los Estados Unidos ejercían el papel de líder. Para una parte de los liberales oficialistas, Gaitán era una amenaza para el establecimiento del partido. Dado que nunca hubo certeza de quién ni por qué habían asesinado a Gaitán, cada fracción encontró en este hecho histórico una justificación para su accionar. Los conservadores radicalizaron su obsesión anticomunista. Los gaitanistas justificaron el recurso a la violencia pues el pueblo había sido privado de su líder. Los liberales oficialistas excluyeron de su partido a las tendencias de izquierda entregándolas a grupos que posteriormente evolucionaron hacia las vertientes más radicales de la guerrilla.

Grave es el asesinato de cualquier persona. Grave es el magnicidio pues el crimen vincula a todos los que se sienten relacionados con el personaje. La muerte de Luis Carlos Galán sigue siendo un hito en la historia de varias generaciones que sintieron la desesperanza que implicaba el desafío del narcotráfico. Ese crimen, parcialmente dilucidado, es un punto de inflexión en el tránsito a la nueva Constitución de 1991. No hay duda que los capos ordenaron el asesinato de Galán. Pero persisten las especulaciones sobre la participación de miembros de los cuerpos de seguridad y líderes políticos en este caso.

En el caso de Alvaro Gómez, la impunidad es total. Durante quince años la justicia no ha querido investigar un hecho criminal que también marca la historia política reciente de Colombia. A estas alturas, no hay ni condenados ni sindicados por la muerte de Gómez. Las líneas de investigación que se han seguido no han conducido a nada y por lo contrario resultan sospechosas. Es evidente que existe una conspiración para ocultar, desaparecer y desviar las investigaciones en direcciones sin futuro. La total ineficacia de la justicia no sorprende en el caso de este país donde reina la impunidad. Pero en el magnicidio de Gómez hay dos motivos por los cuales es importante aclarar lo acontecido. El primero de ellos es para castigar a los culpables. Pero el segundo es aún más importante pues se trata de aclarar, para la historia, quiénes y por qué razones, se tomó la decisión de abatir al líder.

Nada deslegitima más al poder democrático que la impunidad y la mentira. Aclarar el asesinato de Alvaro Gómez es vital para que los colombianos crean que hay esperanza en la justicia. Pero también es importante para que puedan conocer la verdad de lo acontecido, cerrar este triste capítulo de nuestra historia y enfrentar el futuro con seguridad. Más grave aún que el magnicidio es la impunidad.

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